“Dame tu mano y paseemos”.
Salimos de casa y ¿qué es lo primero que observamos? La calle, la plaza, un nomenclador torcido y un algarrobo mutilado. Bueno y muchas cosas más… Te voy a contar de mi calle: la “José Manuel Celayes”, la que lleva el nombre del fundador del pueblo. Yo vivo al 500 y en mi manzana muere (la calle, no el fundador, obvio). Sobre ella se encuentran la policía, la iglesia, las casas de mis tíos, la que fue de mis abuelos…
Para el 25 de Mayo, para el 13 de junio, por ahí se hacen los desfiles (y después la dejan a la miseria... cuidado por donde pisás!!!). Es curioso, pero la perspectiva es diferente cuando la recorrés desde su nacimiento, claro yo no estoy acostumbrada a andarla de esa manera. La calle, como casi todas, es de tierra.
Cuando llueve te quiero ver… Hay que clavar las uñas para no patinar y pegarse un golpazo. Cuando llueve… Me acuerdo cuando éramos chicos y con todos los primos salíamos a caminar por las cunetas llenas de agua. Estaba bueno porque teníamos botas… Pero qué desolación cuando comprobabas que una de las tuyas tenía ¡un pequeño tajito -o tajazo, daba igual-! Hoy por hoy el agua sigue llegando de orilla a orilla. Si hasta podés hacer barquitos de papel y todo! Para los sobrinos, claro.
Y cuando hay viento… A veces, a veces, empiezan a rodar esos yuyos secos como en las películas del lejano oeste :). Y empiezan a volar las basuras con tanta mala suerte que una da contra mi ojo, típico. Ahora nomás, hace un par de días vino un vientito que se llevó todas las hojas. Mi patio es un colchón amarillo, sí, ya te voy a barrer…
Calles, calles… Las viven arreglando pero ellas se desarman enseguida, es para darnos más trabajo, seguramente. Ni hablar de dar una vuelta en bici. Si no te garronea algún can infeliz, agarrás un pocito de aquellos… En fin, tienen su encanto…
Eso sí, si me cruzás en la calle y no me mirás, no te saludo...

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